La infancia de Enriqueta pareciera ser parte de una novela trágica, elementos que luego utilizó para escribir y desahogar sus propias heridas y penas.  

Nacida en Granada el 18 de agosto de 1829, quedó huérfana de madre a los 6 años. Su padre, el teniente de Infantería Francisco volvió a casarse para darle una madrastra, quien apenas dos años después también falleció. Su padre, por su parte, al regresar de la guerra en 1836 quedó minusválido por las heridas sufridas.   

Enriqueta no tuvo opción y con 7 años ingresó en el Beaterio de Santo Domingo de Granada, el centro en donde fue criada y educada por la emperatriz Eugenia de Montijo, donde aprendió a leer, escribir y labores domésticas.  
Su carácter se volvió cada vez más fuerte y valiente, y su confianza en ella misma la ayudó durante toda su vida para continuar su camino como escritora y poeta aprendiendo de manera autodidacta.  

En 1846 publicó su primera poesía a la que tituló “En la tumba de mi madre” en el diario El Capricho. Al año siguiente publicó la obra teatral Una actriz por amor y fue nombrada Académica-Profesora de Ciencias y Literatura, socia de mérito del Liceo Artístico y Literario de Granada. Fue también miembro de la Sociedad de Amigos del País de la misma ciudad. 

Carrera prolífera 

A lo largo de su vida, Enriqueta escribió más de doscientas obras, todas con fuertes bases religiosas y moral católica en una decena de géneros literarios, como fueron novelas, cuentos, leyendas, estudios morales, poesías, dramas y comedias, biografías de mujeres célebres, libros de devoción, vidas de santos, ensayos, epístolas, artículos doctrinales y de costumbres y libretos de ópera y zarzuela.  

Sin embargo, es de público conocimiento que su moral procatólica, en una época donde el anticlericalismo se volvía cada vez más fuerte, hizo que su obra no fuera de gran alcance.  
Otro factor que resultó limitante para el público masivo de su época fue el modo romántico y en clave de prosa en que escribía la mayoría de sus textos, los cuales a pesar del instinto teatral que habitaban en ellos, resultaban de lectura compleja. 

Produjo y difundió sesenta y seis novelas -la mayoría por entregas- y un centenar de relatos cortos; los cuadernillos de las novelas Juan, hermano de los pobres (1848), El secreto de una muerta (1860), Lágrimas del corazón (1861), Buena hija y buena esposa, entre otras tantas Llegó a publicar once libros de poesía, entre ellos Ensayos Poéticos, El Ramo de Violetas, La Lira Cristiana y Perlas y lágrimas. Su obra dramática -en verso- es igualmente abundante; cabe citar las obras Una actriz por amor, Dios es el Rey de los reyes, La ruina del hogar y El cáncer social.  

Por otro lado, colaboró con asiduidad en publicaciones periódicas locales, regionales y nacionales como El Guadalbullón, (Jaén), El Museo Literario (Sevilla), Ecos del Guadalevín (Ronda), El Ángel del Hogar (Madrid), Revista Compostelana, (Santiago de Compostela), La Ilustración Artística (Barcelona), El Correo (Manila) y localmente Revista Literaria Granadina, El Defensor de Granada, El Eco de Occidente y sobre todo en las revistas La Aurora de María (1868) y La Madre de Familia (1875-1895), fundadas, dirigidas y sostenidas económicamente por ella misma. Sus obras completas fueron publicadas en Granada entre 1865 y 1867, en tres tomos que incluían un retrato y una biografía redactada por María Pilar Sinués Navarro. 

A pesar de haber sido una ilustre escritora, sus últimos años de vida estuvieron marcados por problemas económicos, lo que la obligó a vender objetos personales de gran valor sentimental, como lo era una escribanía que le había regalado el mismísimo rey de España, Alfonso XII, la cual fue adquirida por el Ayuntamiento de Granada y que hoy se encuentra sobre la mesa del alcalde de Granada. Ironías de la vida, tres meses antes de su fallecimiento la Corporación Local la nombró Cronista de Granada con una pensión de 1.500 pesetas anuales, que ni siquiera llegó a cobrar.  

Falleció en su casa a causa de tuberculosis pulmonar el 5 de mayo de 1895. Fue enterrada en el tercer patio del cementerio de San José, señalada por un discreto monumento funerario que costeó el Ayuntamiento granadino.